Algunas neuronas, todos los gays, dos mujeres y un museo

“Un reciente y fascinante avance científico parece apoyar esta teoría de la universalidad de los valores. Hablo del hallazgo de las neuronas espejo, unas determinadas células de nuestro cerebro que, por lo visto, actúan específicamente para que nosotros podamos sentir lo que los otros humanos sienten. De manera que, cuando vemos sufrir a alguien, en nuestro cerebro se encienden los mismos circuitos neuronales que los de la persona que sufre. No es que comprendamos desde fuera lo que le sucede: es que lo sentimos porque las neuronas espejo mimetizan sus emociones dentro de nosotros. Qué hermoso descubrimiento: he aquí la raíz de la compasión, esto es, de la capacidad de sentir con el otro, de la empatía con el resto de los seres vivos. Que es, justamente, la base de nuestra escala moral y de lo mejor que somos. Por esa empatía ayudamos al vecino o no abusamos de él aunque seamos más poderosos. No matarás y amarás al prójimo como a ti mismo: en los cimientos de la Ley de Moisés están estas neuronas espejeantes. Si en el XIX se temía que, sin Dios, emergiera sin trabas nuestra naturaleza y ésta fuera cruel y depredadora, en el XXI hemos descubierto que nuestro ser natural es compasivo y que llevamos la piedad escrita en nuestros genes.”

(Para leer todo el artículo «Buena gente en tiempos del Mal» de Rosa Montero pica aquí)

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Con estas palabras hace ya una buena cantidad de años, Rosa Montero en su columna de EPS, nos ampliaba el concepto de compasión hasta aterrizarlo en un lugar específico de nuestro cuerpo: las neuronas espejo.
Este artículo, que salió en su día a propósito de la barbarie del conflicto palestino, sigue regresando a mi mente cada vez (y son muchas) que descubro nuevas maneras – o viejas y rancias pero que las volvemos a repetir- de discriminación.

Allá en su tierra, la vieja Europa, lejos de aprender del pasado y predicar con el ejemplo de haber empezado a construir una gran nación europea, los pequeños sectarismos, nacionalismos, xenofobias y racismos, están cada día tomando más fuerza.
Acá por nuestras tierras latinoamericanas, que han sido siempre tierras acogedoras y liberales, el cáncer de los movimientos de extrema derecha también nos hace resentir esas actitudes; sobre todo cuando se trata de movimientos de la derecha eclesiástica como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo.


Ahora en México, la discusión del matrimonio gay está caliente… caliente, caliente. Aún no sabemos qué sucederá con este proyecto de ley, pero da pie a discusiones –muchas veces acaloradas- de lo que opina tal o cual al respecto de estas medidas que si bien pecan de ninguna originalidad, deben ser tomadas en cuenta seriamente (para mi gusto si ya uno tiene la ventaja de estar fuera de lo establecido, la verdad es que lo podrían aprovechar para plantear una manera de convivencia en pareja distinta y no repetir el patrón occidentaloide del matrimonio y la familia feliz… digo yo, pero bueno es una opinión al margen).


Una no es gay así que tampoco creo que yo deba tener ningún peso en el hecho de que a esa comunidad se le conceda o se le niegue tal derecho. El sistema que hemos creado (para algunas cosas tan incluyente y para otras todo lo contrario) deja espacio para la opinión de todos en el asunto de unos cuantos. Esto me recuerda a la manera en que el hombre blanco ha destruido a las comunidades indígenas, quitándoles su cultura y su ley. Cualquier organización social me parece que debe regularse por sí sola. Los indígenas, como sabemos, tenían sus leyes y a ellos les iban bien, luego llegamos nosotros y se las quitamos y les pusimos las nuestras. Y no es por nada pero creo que el hombre blanco no podía comprender las “maneras” de los indígenas y así fueron destruyendo comunidades y culturas que llevaban años regulándose entre ellas.
Ahora me parece similar este discursito de si opinamos o no acerca de lo que quieren los homosexuales. En última instancia serán ellos los beneficiados o no por estas medidas y una, francamente, no tiene nada que opinar (no en el sentido de criterio propio, que sí lo tengo como han podido leer, sino opinión en el sentido de fuerza que obstruye su petición).

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Creo que cualquier movimiento que se haga en contra del derecho de otro es, sin duda alguna, una discriminación absoluta. El hecho que nos parezca bien o mal, deberá quedarse en la esfera de lo privado, de lo íntimo.

El otro día leía una frase interesante: Diferenciar no es discriminar. Y la recuerdo a propósito del tema, ya que la leí en un proyecto de esos que son tan utópicos que uno cree que nunca van a ver a luz. Por fortuna me equivoco, y éste, en concreto, la verá a mediados de este año en la Ciudad de México (misma que hoy lleva a cabo este debate). Me refiero al Museo de Memoria y Tolerancia.

A diferencia de otros proyectos de este tipo, el MMT no se limita a condenar el holocausto (que hubiera sido a estas alturas un “pleonasmo”) sino que nos conduce a través de un escalofriante recorrido por los genocidios quizá más conocidos o más cercanos en el tiempo: Yugoslavia, Armenia, Darfur… y desemboca en la Tolerancia, en la que nos lleva de la mano a través de los conceptos y las actitudes que originan tales horrores. Así nos encontramos con la discriminación y la violencia o el poder de la palabra, la otredad y el diálogo, y cómo la falta de éstos provoca inevitablemente incomprensión y rechazo.


Este proyecto, que al menos a mí me ilusiona, está pensado para educar a los más pequeños y así comenzar a generar una cultura que no vea en el otro a un enemigo simplemente porque piensa, actúa o se ve diferente.
Como no sé qué tanta licencia tengo para hablar de esto, sólo les comparto que para mí ha sido una fortuna conocer este proyecto que es el resultado de 10 años de trabajo de dos mentes y dos corazones femeninos empeñados en hacer su sueño realidad. Desde esta plataforma van todas mis felicitaciones y mi admiración por las quijotescas fundadoras del mismo.


A ver si empezamos bien esta década: aprendiendo a vernos en el otro, encendiendo esas neuronas que la sabia Creación ha puesto ahí para que sean usadas, y no seamos parte del horror que aún inunda los entresijos de esta –a veces- vergonzante humanidad.

 

Contacto: Puedes escribirnos a hola@somosquiero.com y compartir en tu redes:

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Comentario

  • Qué bonita forma de hablar de este tema! enhorabuena por el post.
    Detrás de la empatía, diría Rosa Montero (bueno, más bien la investigación de la que ella habla) está una capacidad innata de nuestro cerebro. ¿Y qué hay detrás de la discriminación? El egoísmo, el miedo, la visión egocéntrica y etnocéntrica y también, muchas veces, el dinero, el poder…

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