La ciudad confiada

Con motivo de la cuarta edición de Diálogos en La Granja, donde se debatirá sobre las Smart Cities, he tenido la oportunidad de conocer a expertos de distintos campos profesionales y diferentes líneas de pensamiento. Toda esta disparidad de conocimiento y maremágnum de intereses tienen en la ciudad la materia prima sobre la que trabajar.

Hablando con unos y con otros parece claro que la creación de mejores ciudades – ¿es eso lo que significa smart cities? – pasa por la colaboración público–privada.  Suena lógico, pero esta forma de entender la creación del espacio público ¿en qué momento dejo de ser así? Lo público parece entenderse a día de hoy como La Administración, ya sea local, cantonal, autonómica, muy local, nacional, transnacional o sideral del norte o del sur (según se mire).  Es decir, hablamos de los que tienen la responsabilidad y la capacidad de planificar y gestionar lo público.

El campo de lo privado se viene entendiendo como La Empresa, ya sea la grande, la pequeña, la que cotiza en bolsa y la que no cotiza, pero como si cotizara. A las que pagan por pensar, las que pagan por hacer y por supuesto las que hacen porque su vocación es hacer. Las empresas tienen la responsabilidad y la capacidad de innovar y actuar sobre la sociedad desde la creación de valor.

Teniendo clara su naturaleza, objetivos y ámbitos de actuación, parece que estamos en un punto donde la necesidad de afrontar un nuevo modelo de hacer ciudad y vivirla está llevando a la revisión de este modelo de colaboración. Quizás merece la pena aprovechar el fenómeno de las smart cities para ir más allá de cómo la tecnología puede hacer más eficiente la gestión de las ciudades, y pasar a profundizar en el propio concepto de colaboración y el rol que ocupa el ciudadano en dicha ecuación.

Hemos asumido que lo público representa a la ciudadanía y que lo privado en su proceso de innovación y vocación de servicio tiene en cuenta a la ciudadanía. Siendo ésta la teoría también es cierto que las nuevas tecnologías están provocando que la ciudadanía este adquiriendo, de nuevo, identidad propia, y con la larga crisis en la que estamos alojados parece que vivamos un momento donde los ciudadanos no parecemos sentirnos reconocidos ni representados ni en lo público ni lo privado.

En un momento donde la sostenibilidad de nuestro estado de bienestar está obligando a revisar nuestros modelos productivos, sistemas de gestión, niveles de servicios y el modelo de financiación, hablar de smart cities es hablar de el poder de la tecnología para ser más eficientes. Esto me parece un buen tránsito pero me permito situar el punto de partida en el poder de la confianza.

Construir mejores ciudades necesariamente debe pasar por recuperar la confianza perdida entre los ciudadanos, las administraciones y las empresas. Desde hoy las posibilidades que ofrece la tecnología se multiplicarán gracias al ejercicio de responsabilidad que significa compartir un espacio. Parece claro que vivimos tiempos de esfuerzo colectivo y nada mejor que la confianza para compartir ese esfuerzo. Una confianza construida en base a la trasparencia, colaboración y responsabilidad compartida de todos los agentes implicados.

Cuando pensé en el título de este texto, La ciudad confiada, se me venía a la cabeza que podría ser el título de una novela del género realismo mágico, donde se contara la vida de un espacio onírico expuesto a los avatares de un destino cruel. Por el contrario pienso que no hay ciudad más inteligente y sana que aquella que se sustenta en la confianza de todos los que la hacen y la habitan.

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