La cueva

The Cove es el documental dirigido por Louie Psihoyos que ganó el Oscar a tal cosa en la última edición. The Cove es una película que estrenaron la semana pasada en España y que cuenta la pelea de Ric O’Barry, creador del fenómeno Flipper primero y activista por la libertad de los delfines después, por acabar con una práctica que se produce en un inquietante pueblo de Japón. En Taiji presumen de su amor a ballenas y delfines pero cada año, de septiembre a marzo, acorralan a miles de cetáceos para capturarlos y venderlos a delfinarios y, también, para pescarlos. Cerca de 23.000 delfines mueren cada temporada en una cueva escondida de las miradas curiosas y críticas. The Cove consigue su objetivo de filmar la matanza, hablar del multimillonario negocio que se hace en los delfinarios a partir del sufrimiento de unos mamíferos tan inteligentes y conscientes como nosotros, de la inutilidad de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) y de los chanchullos que se trae en ella y con ella Japón, del peligro que supone comer carne de delfín y ballena pero también atún o mero por sus desproporcionadas cantidades de mercurio acumuladas gracias a los residuos que echamos al mar… The Cove cuenta todo eso y lo cuenta muy bien pero a mí, además, me hizo pensar en algo.

The Cove significa la cueva. En el documental, la cueva es ese lugar escondido, protegido geográfica y físicamente por los propios pescadores, donde se realiza la pesca. Lo que no se ve no molesta, lo que se tapa no existe. Eso hacen los pescadores. Eso hace, según el documental, el Gobierno japonés. Pero esto no es un problema del sol naciente. No sólo. Es una costumbre que tenemos todos. Todos usamos la cueva para esconder cosas que preferimos no conocer, no vaya a ser que tengamos que actuar en consecuencia. La cueva es el lugar donde escondemos las noticias sobre la sobrepesca para poder seguir comiendo sashimi sin mucho cargo de conciencia. La cueva es el sitio donde metemos los datos sobre contaminación del aire, el agua y los alimentos mientras usamos el coche para ir al súper a comprar productos industriales forrados en plástico. La cueva es el escondite donde guardamos las fotografías que nos retratan como una plaga de consumidores compulsivos mientras nos vamos a clase de yoga para sentirnos un poco mejor con nosotros mismos. La cueva es ése enorme y recóndito hueco donde los sindicatos han guardado los cuatro millones de parados para no tener que acordarse de protestar hasta que ha llegado la reforma laboral. La cueva es el agujero donde enterramos nuestra verdadera acción política para conformarnos con esa otra de cartón piedra, la de votar cada cuatro años y protestar en los bares. La cueva es lo peor de nosotros mismos aunque nosotros pensemos que es lo que nos hace felices. La cueva es nuestra cobardía, nuestra dejadez, nuestra apatía, nuestro soma.

Japón ha puesto todas las pegas del mundo a la emisión del documental. Presionado por grupos nacionalistas y por su propia conciencia, el Gobierno no ha querido que sea vea lo que hay. Ha metido a The Cove en la cueva aunque parece que esta semana podrá salir algo. Como dice Ric O’Barry en la peli, «si no podemos parar esto, no hay esperanza. Olvídate de los asuntos más importantes». Efectivamente, lo de Taiji es un pixel en una imagen que es todo un desaguisado. Sin embargo, arreglar las cosas pequeñas es importante. Lo más importante. Podemos estar preocupados por el estado general, qué mal estamos, cuánta crisis, caray con el medio ambiente, pero eso es otra forma de esconder los problemas en la cueva. Lo que debe preocuparnos es lo concreto. Nos debemos preocupar por eso y ocuparnos en arreglarlo. Como se dice en otro momento del documental: «O eres activista o, si no, eres inactivo». No hacer nada es tomar partido. Quedarse parado es dejar que las cosas sucedan. No actuar contra las cosas mal hechas es ser tan responsable como el que las hace mal. Hay que salir de la cueva.

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Comentario

  • Efectivamentne, hay que salir de la cueva. La peor cueva en la que todos estamos es nuestro círculo de comodidad. No nos mueve nada que no nos afecte directamente. Nuestra ignorancia, nuestro desconocimiento nos mantiene en el sofá, haciendo zapping o en el chiringuito de la terraza de verano. Hasta que no comprendamos que somos seres interdependientes, seguiremos destrozando todo…
    Gracias por el trabajo que hacen, ustedes y todos, en este espacio y pateando las calles.
    Un besazo desde Tenerife.

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