Por Raquel Martín
El Gran Berlanga tendría material más que de sobra para reflejar, en una nueva película o en un corto, lo absurdo y lo trágico de nuestro panorama nacional, la rocambolesca confrontación de nuestros políticos y la degradación, finalmente, que todo esto conlleva para nuestras instituciones. En este momento valleinclanesco que vivimos y que parece haberse filtrado en nuestra vida política como una enfermedad endémica que en algún momento pasa a ser “normal”, llama la atención que una noticia reciente sobre la calidad de nuestra democracia haya pasado, sin mayor pena ni gloria, por el panorama mediático (y más allá), de este querido país.
Sí, España ha bajado un “escaño” en el ranking de democracias que elabora The Economist Intelligence Unit, lo que nos lleva a perder nuestro status de “democracia plena” para pasar a ser considerada una “democracia deficiente”, en el en lo que parece que es la mayor bajada anual que tenemos desde 2010. Que estemos a la altura de Francia, EEUU (con sus asaltos al Congreso), Israel o Sudáfrica y cada vez más lejos de Noruega, Nueva Zelanda, Suecia o Dinamarca, no es para estar tranquilos.
Se podría decir que es un ranking más, de otros tantos. Que da igual (total a quién le importa…) Y es que realmente parece que no le importa a nadie. O a muy pocos. No, no es que pida que nos rasguemos las vestiduras. No hace falta llegar a tanto. Pero sí, para variar, podríamos sumar un poco de reflexión, preocupación y ya de paso, acción para ver cómo lo revertimos.
La crispación se ha instalado en nuestras vidas como una forma de hacer política, como si eso no tuviera consecuencias sobre la imagen de nuestro país dentro y fuera de nuestras fronteras, en un momento, además, en el que están en juego importantes fondos de la UE. Entiendo que a gran parte de nuestros políticos les dé igual. ¿Pero qué pasa con nuestras empresas y Asociaciones? ¿Con los líderes corporativos? ¿No tienen nada que decir? Al capital, al pequeño y al grande, ¿le importa la democracia?
Estas dos palabras griegas, “demos” y “kratos”, que significan pueblo y gobierno, y que básicamente resumen el sistema de gobierno que hemos elegido para que la ciudadanía se exprese y sea escuchada, necesita ser protegida, fomentada, y practicada. Necesitamos líderes, no sólo políticos, sino también empresarios, que alcen la voz, que nos recuerden cada día que la democracia significa que el pueblo, la ciudadanía, tiene el poder. Líderes empresarios que no se queden en los límites de sus propias empresas, que generen influencia y movimiento en su sector y más allá. Líderes con responsabilidad y comprometidos, que nos recuerden que no, no es, ni puede ser lo mismo para el capital, desarrollar negocios e invertir en países democráticos, con instituciones sólidas y plenas, que en aquellos que no lo son.
Líderes empresarios, por último, que recuerden a los señores que utilizan las instituciones para peleas de gallinero e intereses partidistas y personalistas que están ahí para buscar y luchar por el bien de todos.
Hoy la democracia, como el coronel de García Márquez, no tiene quien le escriba.
¿Quién tiene la valentía de empezar a hacerlo?
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