¿Poner precio a la naturaleza?

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No deberíamos medir según qué cosas por su valor monetario. El medio ambiente, por ejemplo. La naturaleza, el agua, la diversidad, la vida… Son asuntos cuyo significado va más allá del precio. Pero vivimos en una sociedad mercantilizada cuyo único idioma común no es el esperanto sino el dinero. Entonces, ¿puede ayudar a conservar poner precio a todas esas cosas de valor incalculable? Eso se pregunta un artículo de The Economist. Y en seguida se responde que sí.

El autor (cuyo nombre no soy capaz de encontrar) sostiene que los Gobiernos ganan mucho valorando un bosque, una laguna o una costa. Asegura que poniéndole precio sabrán el coste de cargárselo y el beneficio de protegerlo. Sostiene que la aportación de los ecosistemas marinos y costeros al Producto Nacional Bruto de todos los países es un tercio de éste, unos 20 billones de dólares. Dice The Economist que dice Glenn Marie-Lange, del Banco Mundial, que uno de los motivos de la degradación de los ecosistemas es el poco valor que les dan las personas que habitan en ellos y que, por eso, no gestionan bien los recursos. Y añade que, además, tampoco obtienen la mayor parte de los beneficios cuando hay turismo implicado. Esta experta sostiene que el valor de esos ecosistemas debería integrarse en las contabilidades de cada país.

Acaba el artículo con unos datos servidos por Emily Cooper del World Resources Institute, un think tank de asuntos medioambientales. Habla de la contribución anual de los arrecifes de coral y los manglares de Belize (turismo, pesca y tareas de protección de la costa) a la economía del país: entre 395 y 559 millones de dólares en un país con una economía de 1.300 millones de dólares. Mucho. Casi la mitad. Suficiente motivo, dice Emily, para haber conseguido una mejor protección de los manglares de Belize. Los números, que cantan la Traviata.

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Comments (2)

  • puta-ttention! qué peligrosísima me parece esta exacerbadamente capitalista propuesta. Lo que podemos contabilizar y poner precio, por ende se puede comprar y vender, prostituir… y lo que tiene un valor hoy quizá mañana lo deje de tener sin cambian las circunstancias. Qué pena que el economista sólo vea a través de los lentes de la economía y se quite el corazón para analizar la realidad que lo rodea… En fin, me parece desolador.
    Hasta que no cambie el paradigma mental que nos hace creer que somos dueños de este planeta, nada, absolutamente nada va a cambiar. Por muy optimistas números que nos presenten, estos mismos personajes que ahora suman y multiplican el valor de los arrecifes de coral y de los manglares, nos han mandado a la mierda económicamente hablando. ¡Yo no me fio un pelo! más bien, me hecho a temblar…

  • Tienes razón, Aleka. Me parece que ya hay demasiadas cosas con la etiqueta del precio como para poner más. Y encima esas tan importantes y, como dices, tan poco nuestras. Recuerdo cómo un abogado argentino que defendía la causa de los mapuches me contó en la Patagonia que la manera que tenía para lucharcontra las expropiaciones y los movimientos de población era anular la propiedad privada de la tierra. Los terrenos de la comunidad pertenecían a la comunidad y así no había peligro de tentaciones individuales. No es otra cosa que volver a lo que siempre fue: la tierra era de todos luego todos la cuidábamos.

    Pero es cierto que los tiempos adelantan una barbaridad, como decía don Hilarión en «La verbena de la Paloma». O atrasan. El caso es que ahora todo el mundo ve las cosas con su precio. Y a algunos les cuesta entender otro idioma. Los Gobiernos, las empresas pero también los particulares. Los primeros en cepillarse entornos naturales son, muchas veces, los que viven en ellos. Eso es lo que quieren conseguir los que proponen esto: hablar en el idioma de los tiempos.

    Cuando valoran la protección de la costa se refieren, por ejemplo, a la utilidad de tener unos arrecifes de coral y unos manglares sanos que sirven de parapeto para fenómenos naturales y mantienen el ecosistema sin necesidad de obra pública, cara e insostenible.

    Es decir, no se trata, según entiendo yo el asunto, de valorar un bosque para mercadear con él, sino de darle un valor para saber lo que nos beneficia. Es una teoría que lleva tiempo circulando: contemplar los beneficios medioambientales com part de la ecuación económica. Es decir, te compras un coche híbrido, más caro, pero en tus cuentas debes comprender lo que ahorras al planeta y, por tanto, a ti mismo.

    Que no digo yo que sea lo ideal pero sí puede ser lo único que, de momento, algunos pueden entender.

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