Fotograma de la película «¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú» (1964) de Stanley Kubrick
Por Jose Illana, Impulsor de La Revolución de las Emociones y Fundador de Quiero.
La guerra por definición es mala. La sostenibilidad por definición es buena.
Pienso en la naturaleza y asumo que la sostenibilidad va asociada a una especie de equilibrio natural donde de una forma ilimitada, la naturaleza en su conjunto, incluida especies, van evolucionado o desapareciendo mientras los paisajes simplemente se van transformando.
El mero hecho de vivir más como especie gracias a la medicina o el propio hecho civilizatorio, prolongando nuestra existencia de forma “no natural” ¿es sostenible?, ¿durante cuánto tiempo?. El otro día Paul Polman decía algo así como que había suficientes recursos para todos, pero no para nuestra codicia.
¿Es la guerra algo parecido a un fenómeno natural de las civilizaciones que ayuda a regularnos?
No cabe duda de que cada vez se oye más hablar que estamos en una economía de guerra. Un término que me recuerda al Joker en una baraja.
Recuerdo en plena cruzada contra el plástico como nuestro mundo se llenó de millones y millones de mascarillas, guantes de un solo uso, blisters ridículos…. en nombre del COVID. Estos días parece que el gas y la nuclear finalmente formarán parte de la taxonomía verde de la Unión Europea o, Alemania vuelve, e incentiva el carbón. Todo gracias a la guerra de Ucrania.
La tierra arde en España y los fenómenos extremos cada día son más familiares por aquí y por allá. Sí, estamos en guerra contra el cambio climático. Sí, todos y todas hablamos del greenwashing y el social washing. Sí.
La realidad es que estamos en guerra contra nosotros mismos y practicamos el OurselvesWashing. Una especie de guerra civil dentro de cada uno de nosotros y nosotras: creencias, convicciones, modelos, necesidades, paradigmas…donde las contradicciones cada día son más pesadas y buscamos aliados o culpables para sobrellevarlas.
Hace un calor de cojones y se que tengo mucho que reaprender. Quiero.
Y sí, el plástico biodegradable ya forma parte de la industria armamentística.
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