Este 2015, quizá debido a la falta de precipitaciones, hemos empezado bastante pronto con los avisos por contaminación en las ciudades. Y este no es un problema nimio, ni muchísimo menos. Basta con saber que en lo que llevamos de año ya se han superado en Madrid los límites marcados para todo el año, según denunció Ecologistas en Acción, y que en Barcelona se han visto en una situación similar. No estamos ante un fenómeno ni nuevo ni puntual. Ciudades en todo el mundo sufren y han sufrido este problema, que en muchas ocasiones se liga, completamente, a las emisiones de los vehículos. Como anécdota, en Los Ángeles, ciudad tradicionalmente cubierta por el smog, vio reducida su cantidad de partículas en suspensión durante un fin de semana en el que, debido a unas obras en la autopista, se redujo drásticamente la circulación de vehículos.
Podríamos ponernos muy pesimistas y argumentar que de qué sirven todos nuestros esfuerzos individuales en sostenibilidad, por tener un comportamiento responsable, si el tráfico rodado en las ciudades hace que el aire se vuelva irrespirable, causando emisiones contaminantes que afectan a la salud del planeta, ¡y a la nuestra! Pero no queremos ponernos pesimistas. El cambio está llegando, ya no hablamos de esfuerzos individuales en movilidad. Estamos hablando de ciudades enteras comprometidas con la reducción de su polución, iniciativas empresariales y muchas medidas que pasan por poner en marcha o promover un transporte sostenible.
La movilidad sostenible tiene varias patas. Podemos centrarnos en la promoción del transporte público no contaminante, con la implantación de sistemas eficientes y con un servicio óptimo que anime a los commuters a no utilizar un vehículo privado. También está el fomento de vehículos con sistemas menos contaminantes de funcionamiento, como los vehículos híbridos o incluso eléctricos, que no realizan emisiones. Del mismo modo podemos destacar políticas institucionales encaminadas a fomentar el uso de la bicicleta, algo que parece encontrarse muy en boga en los últimos tiempos. Ciudades españolas como Barcelona y Sevilla han apostado por acondicionar la ciudad para la movilidad ciclista, poniendo en marcha además sistemas de bicicleta pública con un número elevado de usuarios. Madrid está dando igualmente pasos en ese sentido, sumándose así a una tendencia internacional, ya presente en muchas ciudades del mundo como Londres, Nueva York, París, Beijing…
El fomento de la bicicleta no pasa únicamente por el establecimiento de un sistema de bicicleta pública. Acondicionar las ciudades para que la circulación en bicicleta sea segura y cómoda se configura como una de las demandas más mayoritarias de la ciudadanía. La sensación de peligro y la falta de infraestructura ciclistas aparecían como los inconvenientes más mencionados para usar la bicicleta en el Barométro de la Bicicleta de la DGT de 2011. El aumento de carriles bici, la regulación del tráfico rodado para armonizar la convivencia de conductores y ciclistas, la construcción de aparcamientos ciclistas… se configuran como acciones a desarrollar para promover el uso de uno de los transportes más sostenibles que existen.
Y estas acciones encuentran eco en la ciudadanía, cada vez más interesada y dispuesta a moverse de un modo distinto. Cada vez existen más iniciativas, asociaciones, organizaciones, etc., que abogan y promueven un uso de la bicicleta no solo para uso recreativo sino para desplazamientos cotidianos. Así, podemos destacar, entre muchas otras, la de Colegio Montserrat de Madrid, el fomento de la bicicleta como transporte escolar, auto-organizado por los propios padres, pero apoyado por el colegio y por las instituciones, con la inclusión del centro en el proyecto STARS, iniciativa a nivel europeo que fomenta una movilidad sostenible a la escuela.
Del mismo modo existen ya empresas que fomentan que sus trabajadores acudan al trabajo en bicicleta, habilitando espacios para su estacionamiento, por ejemplo. GrassRoots, empresa especializada en soluciones de engagement para empleados, trabaja para que las empresas incluyan la compra de la bicicleta a través de la retribución flexible. El programa Bici2Work, que ya es una realidad en otros países, necesita aún de la aprobación del Gobierno a través del Ministerio de Hacienda.
Esto solo son dos ejemplos pero nos parecen tremendamente prometedores. Nunca vamos a conseguir reducir la contaminación del aire de las ciudades si no cambiamos la manera en la que nos movemos en ellas. Existen, como hemos visto, múltiples caminos para hacerlo. El uso de la bicicleta puede ser uno de ellos, y solo tendrá verdadero impacto si se consigue fomentar su uso para los desplazamientos cotidianos en detrimento del vehículo privado. Queda mucho por hacer, pero el camino empieza a estar allanado… ¡solo falta recorrerlo!
Fuente de la imagen: Claudio Olivares Medina
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